Ayer se celebró la ceremonia de los Oscars, el acontecimiento del año, y fue aburrida, muy aburrida... que si Clinton Vs Obama, que si la huelga de guionistas, que si este vestido es de Pepito Saint-Laurent y el otro de Manolito Dior... pero hubo algo bonito.
Todos sabíamos (deseábamos) que Javier Bardem se llevaría el Oscar. Lo que no sabíamos es qué haría nuestro Javi al subir a recogerlo. Yo tenías mis dudas... se pondría reivindicativo y rojil como hace un par de años en los Goya, le daría las gracias a todos los santos del cielo en plan Almodovar, besaría en los morros a Jack Nicholson en plan Roberto Begnini... que tensión.
Me sorprendió, mucho y para bien. Fue sobrio dando las gracias en inglés, pero se arrancó con emoción en castellano, para dedicar su Oscar a la gente que le ha hecho como es... que ha creado nuestro malogrado cine español, los cómicos. Esa gente que, con caravanas, viajaban de pueblo en pueblo por España, acercando a la gente el teatro, regalando ilusión, risas, llanto a veces, sacrificando vidas familiares por dedicarse a un sueño. Vi a su madre llorar en su butaca, nosotros llorábamos en casa.
Me pareció un sincero homenaje a gente como sus abuelos y como el mío. A veces me cuesta recordarle, recordar la vida que llevó, recordar que debajo de la fachada, de un actor de relativo éxito, estaba un hombre que había sacrificado todo lo que tenía por perseguir un sueño, que se crió en una vida nómada, que creció y se educó, una semana en cada ciudad de España.
Para gente como mi abuelo, como los abuelos de Javier Bardem, como tantos otros, hay un premio al final del todo, un reconocimiento... el de un hombre que al estar en la cima del mundo dirige sus pensamientos a sus orígentes, y agradece de donde viene.
Esta noche, después de mucho tiempo, he soñado que podía conseguir todos mis sueños, gracias a Javier.
lunes, 25 de febrero de 2008
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